La leyenda de la Yerba Mate

La leyenda ancestral de la yerba mate: un regalo divino

Mucho antes de que existieran las bombillas y los termos, en tiempos donde los dioses caminaban entre los árboles, nació la historia mágica de la yerba mate.
Cuenta la tradición guaraní que Yasy, la diosa de la luna, siempre sintió una curiosidad inmensa por la Tierra. Desde el cielo, veía la inmensidad de la selva y sus secretos, pero deseaba conocerlos de cerca. Un día, acompañada por su amiga Araí, la diosa de las nubes, descendió al mundo transformada en una joven humana.
Caminaron largo rato por la espesura, maravillándose con los colores, los aromas y los sonidos de la naturaleza. Al caer la tarde, agotadas, buscaron un lugar para descansar y avistaron una humilde cabaña entre los árboles. Sin embargo, antes de llegar, un yaguareté surgió desde las sombras, dispuesto a atacarlas. En el instante justo, una flecha surcó el aire: un cazador había salvado sus vidas.
Agradecidas, las diosas aceptaron la hospitalidad del hombre, quien vivía con su esposa y su hija en armonía con el monte. Aunque tenían poco, les ofrecieron todo: un hogar cálido, una sonrisa sincera y una tortita de maíz, su último alimento.
Esa noche, Yasy y Araí comprendieron la nobleza de aquella familia. Al regresar al cielo, Yasy no pudo olvidarlos. Conmovida por tanta bondad, decidió recompensarlos. Así, en una noche clara, descendió en secreto a la Tierra y esparció semillas mágicas alrededor de la cabaña.
A la mañana siguiente, donde antes solo había suelo, crecían plantas de hojas verdes intensas y flores blancas. La familia se acercó con asombro. Entonces, Yasy reapareció ante ellos.
“Este es mi obsequio,” dijo. “Se llama ka’á, y nunca estarán solos mientras lo tengan. Su infusión será símbolo de amistad y unión. Desde hoy, su hija será la guardiana de esta planta, para que su espíritu de generosidad viva por siempre entre los hombres.”
Así nació la yerba mate. Desde entonces, cada sorbo lleva consigo una historia de coraje, hospitalidad y amor por la naturaleza. En cada mate compartido, vibra esa energía ancestral.
Porque el mate no solo se toma, se honra.
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